Friday, May 18, 2018

I Despertar


Jaime se despertó temprano. La rodilla derecha le molestaba y tenía entumecidos ambos tobillos. También la región lumbar le hacía pensar que había dormido más de siete horas. Desde niño ese dolor incómodo en la base de la espalda lo había despertado al cumplirse más o menos las siete horas de sueño.  Comenzó su rutinario movimiento rotatorio de tobillos para desatascar las articulaciones. Pie izquierdo hacia la izquierda. Pie derecho hacia la derecha. Tres veces así y otras tantas en sentido inverso. Tendría que plantearse de una vez empezar a practicar algún deporte… Y pensar en dejar de fumar… Y no tomarse sus dos whiskies diarios, a veces cuatro…

Al sentarse en la cama vio su imagen en el espejo del armario de enfrente. Le sonrió y le deseó buenos días.  Al fondo, tras ella se veían la cama deshecha, las mesillas de noche, la cajonera y la lámpara que colgaba del techo abuhardillado. En la pared, la ventana dejaba pasar la tenue y tímida claridad del amanecer. La figura sedente, inmóvil, en silencio, parecía esperar algo.

Jaime decidió incorporarse. Tenía que ir al baño y prepararse el desayuno. De forma mecánica dirigió sus pasos al baño contiguo a la habitación principal. Se miró al espejo del lavabo e intentó enderezar los rizos que abultaban los lados de su cabeza, justo sobre las orejas. Todo en vano. Tendría que pensar ya en cortarse el pelo…

Cuando se disponía a ir a la cocina, echó una mirada al espejo frente a la cama y se quedó helado. Dejó de sentir el molesto dolor de los tobillos que le obligaba a dar los primeros pasos del día apoyando los pies sobre su lateral exterior, arqueando las plantas como si fuera un simio dispuesto a iniciar la trepa de un tronco. De pronto, todo el aletargamiento que acompañaba esos tempranos momentos de cada día, todos los días, desapareció súbitamente. Las plantas de sus pies se apoyaron completamente en el suelo y ni siquiera percibió el cambio de temperatura. Allí, sedente, inmóvil, en silencio, como esperando algo, seguía su imagen…

Cerró con fuerza los ojos y los volvió a abrir. Apoyó su mano derecha en la columna de madera de roble que sujetaba la viga del techo, junto a la puerta del cuarto, y permaneció también él en silencio, inmóvil… contemplando su imagen hierática…

Sin saber muy bien por qué, se apresuró a salir y llegar hasta la cocina. Seguía sin dar crédito a lo visto y pensó que entre el sueño, la hora, la falta de luz, su habitual lentitud de reacción a esas horas del día y… ¿qué había hecho la noche anterior? No, no había bebido nada. Había estado de limpieza doméstica y se fue a dormir tras terminar la película de las diez. Pensó pues que habría sido su imaginación la que le había jugado una mala pasada.

De cuando en cuando miraba su habitación desde la puerta de la cocina. La cama estaba vacía, deshecha. El edredón medio caído en el suelo. Aun así, no se atrevía a entrar. ¿Y si aquella imagen siguiera allí? ¿Y si de pronto quisiera decirle algo, o hacerle algo?

Encendió un cigarrillo. Como tantas veces se quedó contemplando el humo gris azulado que ascendía dibujando fantasmagóricas ondulaciones silenciosas.

Llevaba tiempo pensando en dejar de fumar. Pensando en dejar de beber. Pensando que tenía que adelgazar. Pensando en dejar de pensar. ¿Qué había pasado con su vida? De la noche a la mañana todo había desaparecido. Como la esplendorosa copa del haya que se desvanece en naranja y rojo manto a los pies del camino al llegar el otoño, así sentía Jaime la desnudez de su trayectoria vital.

Le quedaba por vivir menos de lo que ya había vivido, y la mitad de aquel trayecto por el que nunca se puede volver se había volatilizado. Ilusiones, desvelos, risas y llantos, entrega, pasión, dolor… vida dada, ahora no eran más que humus del hayedo, hojas secas y muertas, esperando la putrefacción.

Dio una calada al cigarrillo. Estas digresiones eran normales en él. Su mente tenía vida propia, no descansaba. Ni siquiera mientras dormía. Una noche soñó que el médico le recomendaba hacer ejercicios de flexión de piernas – sentadillas - y al día siguiente comenzó a hacer motu proprio series de veinte flexiones varias veces al día. En cualquier caso, mal no le iban a hacer.

Apagó con calma la colilla. Resolvió volver a la habitación. Encendió la luz. Entró dando la espalda al espejo. Aguardó unos instantes y se giró. Solo vio su imagen erguida. La cama vacía. Solos los dos: él y su reflejo en el espejo. La esfinge sedente, inmóvil, silenciosa, parecía haber decidido ponerse en pie y desaparecer…


14/10/2017: 5 años, 5 meses, 11 días

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